
Había un noventa y cinco por ciento de posibilidades de que lloviera. La AEMET no andaba con medias tintas: iba a caer. El community manager —ese cargo moderno que básicamente significa «el tío que escribe las cosas en internet»— decidió que la cama era una opción más razonable que Calblanque bajo el chaparrón. Decisión sensata. ¡Decisión de cobarde!

Un puñado de valientes dijo que no, que ellos iban igual, que ya estaba bien de que los chubasqueros criasen polillas, y que apostaban por ese cinco por ciento de margen que la AEMET les dejaba. Y ganaron. Ahí están Elena y Pablo, siempre juntos, Isa y Ramón Cherokee, Juanki y su mujer, Sabela, Enrique y su hija Mercedes, Antonio Sánchez Montalbán y la suya, Reiner, Andrés y seguro que alguno me falta, sin olvidarnos del perrico, que por la pinta es uno de sus chuchos cartageneros que aguanta más trote y tiene más mundo que Milú, el perro de Tintín.

(Me confirma Ángel que Mercedes fue la que trajo a Tinky, el perrico con mundología, que resulta que tiene Strava y corre a 3:30 min/km, lo cual deja a más de uno preguntándose si no deberíamos empezar a entrenar a cuatro patas).
La crónica la aportan Sabela y Juanki, que han hecho el trabajo tan bien que al community prácticamente solo le queda copipegar y darle un par de vueltas para que parezca que ha trabajado. ¡Se agradece!





La expedición recorrió 12,1 kilómetros en tres horas y media, parando donde hay que parar: en Cala Parreño, en las dunas fósiles —que llevan ahí millones de años pero siempre sorprenden, y hoy estaban especialmente fotogénicas—, y en playa Larga, donde había surfistas. Surfistas de verdad, no instagrameros con tabla. Gente aprovechando que el Mediterráneo estaba caótico, que es como le gusta al Mediterráneo cuando quiere recordarte que no es una piscina.

Calblanque tiene recovecos para mil días, pero hoy el mar estaba especialmente verde. Verde oscuro, dijo Juanki. Verde invierno, dijo Sabela, que discutieron como discutirían dos poetas japoneses sobre el matiz que mejor capta ese verdor maravilloso para un haiku. Pues sí: estaba verde. Verde de diciembre, verde de lluvia que no llega pero amenaza, verde de ese que no ves en verano ni con prismáticos. Un lujo visitar el parque regional en invierno, cuando todo está como crujiente y nítido, como nuevo.

El tiempo los respetó. Podía haber caído la mundial. La AEMET no se equivocaba del todo: las nubes estaban ahí, gordezuelas, cargadas como piñatas esperando que alguien les diera el palo. Pero no cayó. Ni aguacero ni labios lilas ni hipotermias para dar y tomar. Los que arriesgaron se vieron recompensados. Los que no, bueno, en esta vida hay que tomar decisiones y luego apechugar con ellas mientras miras las fotos desde el sofá con un puntito de sana envidia.

Para ser la primera ruta senderista, salió todo bien. El grupo se portó fenomenal —que es una forma educada de decir que nadie se quejó, nadie se perdió y nadie tuvo que ser rescatado en helicóptero—, lo que permitió alargar el recorrido inicial y profundizar en Calblanque como se merece.

Se vinieron oxigenados con brisa marina y, como corresponde a toda ruta que se precie, el isotónico «Estrella de Galicia» XXL esperaba en el local social. Ahí, bajo palio, vieron llover. Un pequeño aguacero del que se libraron por minutos, porque a Sabela ya se le empezaban a helar los pies. Los pies helados son un síntoma claro de que has llegado justo a tiempo al bar.

Caminata muy agradable y bien acompañada, que es lo que importa cuando sales con un noventa y cinco por ciento de probabilidades de acabar empapado y acabas seco, con cerveza y los pies recuperando los 36º bajo la mesa.
Ya tienen otra ruta en mente para enero: muy llana, muy bonita. Seguramente habrá un ochenta por ciento de probabilidades de que sople el cierzo, que por estos lares nunca sopla, acostumbrados al lebeche y al jaloque, pero verás cómo el community manager remolonea, valorando sus opciones. Gracias a todos los que se mojaron —bueno, no, que no se mojaron, pero podrían haberse mojado— y a los que aportaron crónica y fotos para que el que se quedó en la cama pudiera hacer como que estuvo ahí.


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