El espíritu del Grifo

Hay noches en las que el Club Marathon Cartagena se reencuentra con su historia, y la del pasado viernes fue una de esas. Más de cuarenta peralicos se reunieron para honrar la memoria de Juan Luis Egea Celdrán, compañero, amigo y una de esas figuras que definen lo que significa pertenecer a este club. Un año después de su partida, las risas se mezclaron con las lágrimas en una velada que fue de todo menos triste, pues no hay que confundir la emoción con la tristeza. Y porque además Juanlu nunca hubiera querido lamentos sino celebración de los kilómetros compartidos.

Daniel y Olga evocaron sus recuerdos ante todos los presentes, ante Mari Carmen y los hijos de Juanlu, ante la familia del club, porque el asfalto también forja vínculos de hermandad. Y mientras las palabras iban cayendo a viva voz (¿microfono pa qué?), cuando la voz no se quebraba, se notaba en las mesas ese movimiento inconsciente de las piernas, esa ganicas de ponerlas en movimiento y que el cuerpo las siga, que Juanlu contagiaba.

Porque hablar de Juanlu es hablar de ese espíritu fundacional de un club que surgió de un grupo de locos en pantalón corto, atletas populares que nunca renunciaron a disfrutar del camino más que del cronómetro. (Dani matizó que aunque ninguno de los dos fue socio fundador, pero enseguida se engancharon a ese grupo inicial que fue uniendo corredores de todos los ámbitos y clases sociales).

Empezaron por Madrid en el año 90, como no podía ser de otra forma para un madridista de los de verdad. Paseo de la Castellana, la diosa Cibeles de testigo, el parque del Retiro en el horizonte. Desde entonces fueron hilvanando ciudades y asfaltos: Barcelona, donde descubrieron que por siete euros y pico se podía comer un menú de tres platos en pleno Ensanche. Vitoria, donde presentaron sus credenciales peralicas al legendario Martín Fiz. Sevilla, Valencia, San Sebastián, donde tras la Behobia salieron disparados hacia Elche con Juanlu conduciendo su Mercedes sin relevos al volante y sin paradas ni para mear, y llegaron en un tiempo que Google Maps estima entre 2 y 3 horas inferior al recomendado (depende de la ruta), y que no revelaré, por si acaso la Benemérita lee este blog y la infracción no ha prescrito. No vaya a ser que todavía le llegue una multa…

Olga compartió esa manera tan particular que tenía Juanlu de convencer a las «nenas», como llamaba a las chicas del club, de que una maratón no es para tanto. «Es como una media y un poquito más», decía, para desmitificar la distancia, y se quedaba tan ancho después de reinventar las matemáticas. Y en el kilómetro treinta y pico, cuando llegaba el temido muro, soltaba otra de las suyas: «Esto ya está, solo queda subir y bajar Tentegorra, que lo has hecho cien veces». Así era él, haciendo parecer sencillo lo que no lo era, marcando el ritmo, llevando a los suyos en volandas hasta la meta. Porque, además, cuando llegaba el momento de elegir entre hacer una buena marca o hacer de escudero de algún compañero para que no se rindiera, lo tenía clarísimo: la marca podía esperar, las personas no.

Y así, como quien no quiere la cosa, cargó sesenta y dos maratones en sus piernas con la humildad de quien habla de una caminata por el puerto. Por España y por el mundo: Londres, París, Roma, Estocolmo, Viena, Berlín… Eso sí, tenía un defecto que todos conocían: se tropezaba hasta con una mota de polvo. En Madrid llegó a meta con las gafas rotas. Y en los 101 kilómetros de Ronda hubo que recurrir a los legionarios para rescatarlo del barro a la una de la madrugada como en una de esas escenas de arenas movedizas de las películas.

Improvisó Eduardo ‘Papá Noel’ Armada unas palabras para destacar ese carácter social que siempre tuvo Juanlu, su palabra siempre buena, su consejo siempre a punto. Para él, el Club Marathon Cartagena representa lo que un club popular debe ser, sin perder nunca su esencia, y Juanlu fue pieza fundamental de esa filosofía. También estuvo allí Alonso Gómez López, eterno concejal de Deportes. Eduardo y Alonso son dos impulsores del deporte popular en Cartagena en unos tiempos en los que hacer deporte no era nada popular.

Luego, durante la cena, en la larguísima mesa se fueron devanando más historias. El Grifo del Cartagonova fue durante años el punto de encuentro, el kilómetro cero de todas las aventuras. Allí empezaban y terminaban los entrenamientos, no importaba si ese día tocaba subir Tentegorra, bajar al Portús o llegar hasta La Manga. Porque Juanlu no medía la preparación de un corredor por su umbral de lactato ni por sus series en pista. Sabías que estabas listo para una maratón cuando una mañana de domingo, por las buenas, te ibas trotando hasta su casa de La Manga, treinta kilómetros de nada, y luego reponías con el caldero al chup-chup y las sardinas alto oleico hechas pero que muy hechas, con mucho limón. Esa era su escuela, la de los kilómetros compartidos y las risas en La Gola.

Correr es un buen recordatorio de que la vida es eso, disfrutar y sufrir. “Me duele, pero me aguanto”, confesó Juanlu en su última carrera. Cuando ya estaba jodido, pero jodido de verdad. Iba sin falta al gimnasio oncológico del Hospital de Santa Lucía, y hasta los fisios se preguntaban de qué pasta estaba hecho este sujeto que nunca, nunca tiró la toalla.

Toda Cartagena guarda sus huellas, miles y miles de pasos en cada rincón de su ciudad amada, pero había dos rutas especialmente suyas: la del faro verde y la del faro rojo. Rutas que corría con devoción, casi como un ritual que forma parte ya de la memoria del club. Pensando en ese amor por esas rutas, gracias a la idea de Héctor y las manos del artista Travis Moore, se hizo entrega a Mari Carmen de un cuadro que recoge esa pasión que compartimos.

Cuando casi a la una de la madrugada los peralicos salieron a la calle, allí mismo, mientras nos hacíamos la foto de familia, más de uno notó su presencia. Y, sin necesidad de invocar su espíritu, porque Juanlu se apuntaba a todas, seguro que oyó su voz.

—Mañana quedamos, eh.

—¿A qué hora, Juanlu?

—A las siete.

—Pero Juanlu, que es sábado, que habrá que dormir un poco.

—Es que lo mismo salimos también por la tarde, hay que aprovechar.

—Vale. ¿Dónde quedamos?

—Dónde va a ser… ¡En el Grifo!

Ahí estás. Ahí estaremos.

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